El Aneto por fin
El Aneto por fin (El Mundo – 22/3/2016)
Vas subiendo la carretera y a cada pequeño trecho las señales te indican: peligro de alud… avalancha provocada… atención corta aludes… La radio pierde la onda. Y no, no busques otra, no llega ninguna. Atraviesas túneles excavados en la roca, carámbanos afilados penden sobre tu cabeza como cuchillos… corta aludes… avalancha peligro de… Y estás sola. ¿A dónde te conduces?
A 1.750 metros de altura, aparece. ¿El Aneto? No, aún no, ni mucho menos: una imponente ladera a tu derecha te impide verlo. Te paras a hacer una foto y la foto sale en blanco y negro, sin truco, no hay aquí más color. Lo que aparece es el Hospital de Benasque, como una postal inventada, como un lugar irreal en medio de la nada a la que creías estar yendo.
Es una de las cuatro antiguas hospederías de comerciantes que aquí se alojaban y reponían en su ruta hacia Francia y vuelta; última parada antes de abordar el paso definitivo, uno de los tres puertos a través de los que, a pie o a lomos de una mula, desafiaban aquellas almas los 2.400 metros de montaña. Era este Valle del Esera, río del que es cabeza, una suerte de criadero de mulas de carga; casas solariegas donde nacía y engordaba el ganado y preparaba el corazón para resistir la embestida. Al norte de la cordillera, vertiente francesa, esperaban a los comerciantes otros tantos hospices y ferias donde vender la mercancía.
Data el primer hospital del siglo XII, al cuidado de los caballeros de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén (hermanos hospitalarios que luego se convirtieron en la Orden de Malta para la guerra), bendecidos y agraciados por la corona de Aragón. En 1172 se fecha la donación del rey Alfonso II a los piadosos, con la que se construyó capilla y albergue y se adquirieron vastos pastos de ganado ad portum Gurgutes, para la atención de peregrinos y viajeros. Se sospecha que fue a causa de los aludes que el hospital se trasladó en el siglo XVIII a la zona donde hoy se ubica, más próxima al «nuevo puerto» o el de Benasque, construcción que, esta vez sí es seguro, volvió a sucumbir bajo la fuerza de un alud y volvió a ser levantada en las dependencias que ahora se han reconstruido. Era apenas una gran cabaña de pastores donde, por concesión municipal, un regidor daba cobijo y alimento al viajero (no más de tres días salvo enfermedad), recogía y daba cuenta de los cadáveres hallados en los caminos, y apacentaba el ganado; servía también el emplazamiento como cuartel de carabineros fronterizos.
Pero llegó la Guerra del 36 y el valle se convirtió en kilómetro cero de la contienda; y tras la guerra los hospicios dejaron de tener sentido porque, toda vez clausuradas las fronteras, el flujo migrante y comercial se volcó hacia Cataluña y sus cuencas industriales y marítimas. Se abandonaron los hospedajes y pronto llegó su ruina.
Estamos en el lugar de Llanos del Hospital, corazón del parque natural de Posets Maladeta, municipio de Benasque. Era penoso dejar este paraje a la buena de dios y de las bestias, refugio apenas frecuentado por pastores, cazadores y montañeros pero sin gestión ni arriendo. Así que, año 91, se organiza un concurso de proyectos de recuperación y desarrollo del lugar. Lo gana el único proyecto que se presenta: único «porque era una quimera, algo dificilísimo». Me lo cuenta uno de los entusiastas o socios de esto que hoy es el hotel Hospital de Benasque: Fernando Preñat, de Barbastro. Primero abren una cafetería, para el refrigerio indispensable a estas alturas, y pisan alrededor de las ruinas unas pistas de esquí de fondo. Luego vendrán el restaurante, el albergue, el refugio, el hostal y, en el 2001, sobre la estructura exacta de aquel hospital del siglo XVIII, inauguran el hotel, restaurado en piedra y pizarra y, sus interiores, en madera noble profusamente labrada. Poco después construirán el spa, de agua y vistas de nieve, idílico para el after sky de una jornada en sus ya casi 20 kilómetros de pistas esquiables (fondo, travesía, nórdico), rutas de raqueta y de trineo.
Pero Llanos del Hospital no es un lugar sólo para el invierno y la temporada; me atrevería a decir que su belleza gana con el deshielo, y que sus innumerables rutas senderistas, trekking, trail o simple paseo, son más bellas en tecnicolor, cuando las nieves se funden y bajo la capa blanca del silencio surgen el rumor y color de la naturaleza. Aunque no lo haya visto.
Como tampoco vi el Aneto. Pero he escuchado a Fernando relatando la alegría de los caminantes cuando regresan: ¡Lo hemos visto! Hay que llegar al menos a la Pleta de Casa Cabellut para divisarlo, pero es posible, en verano y también en invierno; apenas unos tres kilómetros de marcha separan la emoción desde el hotel.
Las rutas, 17 en total, han sido marcadas y pisadas por ellos mismos, que no son simples hosteleros: son amantes y curadores de su tierra. Trazadas, diagramadas y dibujadas por el propio Fernando, estudiadas metro a metro, «es imposible perderse, ayuda la ausencia de bosque en el valle». Consiste en seguir los consejos de cualquiera de los empleados del hotel, grandes conocedores de su valle y sus montañas. Y si alguien requiere un guía, se le busca; hay sherpas locales del parque natural, primorosamente cuidado, señalizado, conservado. (¿Se acuerdan de Bardaxí, el descendiente de la pequeña nobleza aragonesa que, financiada con el cacao de Guinea Ecuatorial, se asentó por estos pagos? Antón Bardaxí, monitor de esquí, cultivador de patatas, curador/sherpa del parque. ¿Se acuerdan de Palmeras en la nieve, la película?)
Capítulo aparte en el hotel merece el silencio: es tal, tan desacostumbrado el nivel cero de contaminación acústica, que cualquier ruido (advierten) resulta amplificado, como en una sensación de eco. Por eso no quiere Fernando engañar a sus clientes: en temporada de invierno esto es una parada familiar, y si alguien busca romanticismo deberá esperar al deshielo (entiéndanme entre líneas lo del silencio). Y para Nochevieja, reservar con un año de antelación.
Además de conservar y dar vida al valle y sus montañas, en el hospital se ocupan de su Historia mayúscula. Han constituido una fundación para la recuperación de documentos gráficos y literarios sobre cada una de las casas y hospitales que existieron o existen en el valle y las montañas; arte, excavaciones, biología. Desde una boda celebrada a principios del siglo pasado, a cacerías y operaciones militares, nada escapa a su curiosidad y afán documentalista. Han publicado ya 30 libros, e incluso se ocupan de rescatar la historia al otro lado de la frontera, de Bagnes de Luchon, donde se concitaba la nobleza europea a principios del XX, turismo que primero fue termal y luego aprovechó la circunstancia del esquí.
También la «memoria amarga» (así llamada) tiene cabida en Llanos. Acorde con la iniciativa del Gobierno aragonés, se ha documentado y señalizado unos de los llamados Lugares de Memoria (identificación del patrimonio histórico de la Guerra Civil en la comunidad). Frente al hotel se alza un panel explicativo: Tozal del Vado. Ahí mismo, a escasos 20 metros del aparcamiento, se hundían las trincheras que quién sabe cuántos cadáveres dejaron en la contienda. Trincheras y una pequeña loma que fue posición defensiva y puesto de observación y vigilancia, en el paraje de la nada que hubo de ser desolador. Abultados y cruentos son los anales de exilio y acciones del maquis: aquí mismo se abortó la llamada Operación Reconquista de España en octubre del 44. El hospital fue utilizado como acuartelamiento de tropas y, toda vez desbaratado el plan, pasó a mejor olvido.
De esto que hoy es paraíso para los sentidos, me cuenta Fernando dos cosas: a) que no quiere llamarle resort, porque le suena importado, pero la palabra traducida resulta aún más terrible: complejo. Desde aquí le propongo: Paraje Hotelero de Verano e Invierno; y b) que un día un periodista escribió que había bebido en Hospital de Benasque la mejor cerveza del mundo y que, tanto le impresionó el lugar, que luego celebró su boda aquí mismo. «La cerveza es normal, es como en todos los sitios; fue la impresión de sus sentidos ante el paraje». Un paraje nada normal.
Desciendo. Una lluvia de carámbanos se descuelga de la pared de roca y se precipita sobre la carretera apenas 15 segundos antes de mi paso, felizmente la esquivo. Fin del periplo en el reino (o el infierno) del Aneto.
Elena Pita