La mirada profunda de los ibones del Pirineo
Heraldo, 11 de agosto de 2024
Los lagos de origen glaciar nos interpelan sobre nuestra propia naturaleza y sobre el impacto local y global de nuestras acciones.
Hay miradas que nos interpelan particularmente, bien por lo que cuentan o bien por lo que callan, porque nos hacen reflexionar sobre nuestra condición humana o nos embargan con emociones. Algunas miradas nos abordan desde el pasado y son más evocadoras si cabe porque juegan con nuestro personal sentido del tiempo. Tal vez este verano quieras escapar del calor y tengas la oportunidad de sentir la mirada de Francisco (de Goya) o de Isabel de Velasco (una de las Meninas) en una visita al Museo del Prado. O tus vacaciones te lleven al Pirineo y puedas experimentar la sensación majestuosa de estar en las montañas y la mirada profunda de los ibones. Henry David Thoreau escribió, en 1854, en su retiro a orillas del lago Walden: «Un lago es la característica más hermosa y expresiva del paisaje. Es el ojo de la Tierra; mirándolo, medimos la profundidad de nuestra propia naturaleza».
La primera vez que me miraron los ibones tenía 16 años y fue durante un viaje con compañeros del instituto en el que recorrimos solos a pie y en autobús los valles del Gállego y del Ésera durante varias semanas. Agotado por las largas travesías y la pesada mochila, cuando detrás del último recodo aparecía Cregüeña, Llosas o Bachimaña, sentí el abrazo de la mirada profunda, sabia, atemporal de los ibones que me hacía reflexionar sobre mi propia naturaleza adolescente. Han pasado más de cuarenta años y la mirada sigue estando ahí, interpelándome cada vez que subo a la montaña, ahora muchas veces por motivos de trabajo.
Si has visitado los ibones del Pirineo, seguro que también has experimentado esa mirada un poco lejana, profunda, y te ha reconfortado la placidez de las aguas y los colores variantes a lo largo del día que han relajado el ritmo apresurado de tu existencia vacacional. Si tienes una cierta edad, habrás pensado que esta mirada es lo único que no ha cambiado en el Pirineo en los últimos cincuenta años: colas para subir al glaciar del Aneto, aparcamientos intermitentemente cerrados en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, menos vacas y más pistas de esquí, el hielo perenne de los glaciares y las cuevas de hielo desapareciendo, paisajes más humanizados todo el año.
No son los mismos
Pero los ibones del Pirineo no son los mismos que me miraron por primera vez a finales de los años setenta. Las interacciones del cambio climático y la mayor intensidad de las actividades humanas –lo que llamamos cambio global– también han afectado a los lagos del Pirineo. Aunque su estado ecológico es generalmente bueno, nuestro trabajo en el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC) ha confirmado que algo lleva tiempo cambiando.
Las observaciones desde satélites desde los años ochenta y la red de termómetros que hemos instalado a varias profundidades en algunos ibones han mostrado una tendencia al aumento de la temperatura de las aguas superficiales en verano, siguiendo el aumento de la temperatura del aire, reflejo del cambio climático acelerado en el que vivimos.
Aunque ligeramente y con bastante variabilidad interanual, las fechas en la que quedan cubiertos y libres de hielo y cuando las aguas del fondo y la superficie se mezclan, también están cambiando. Todo ello controla la vida en los ibones. Más calor conlleva una mayor diferencia de temperatura entre la superficie y el fondo, menos mezcla de las aguas y periodos más largos con menos oxígeno en el fondo.
Nuestros veranos son cada vez más calurosos y los inviernos menos fríos, con menos nieve y con mas precipitación en forma de agua. Copernicus, el sistema europeo de observación terrestre, nos ha informado de que acabamos de batir en julio durante tres días consecutivos el récord de temperatura del día más cálido desde que tenemos observaciones instrumentales. Convivimos, aún sin adaptarnos, a olas de calor más frecuentes y extremas.
Mediante el estudio de los sedimentos acumulados en el fondo de los ibones, sabemos ahora que algunos de estos cambios ya estaban en marcha cuando yo los visité por primera vez. Los ibones han sido testigos de climas más cálidos y más fríos durante los últimos dos milenios. Y se han visto afectados por las actividades humanas en los valles, en particular durante algunos periodos históricos, por ejemplo, la metalurgia romana, la deforestación en la Edad Media y la máxima ocupación de la montaña a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Pero no encontramos cambios comparables a los recientes en los últimos 2.000 años.
Su mirada puede parecernos la misma, pero desde mediados del siglo XX acumulan más materia orgánica en el fondo, son más activos desde el punto de vista de la productividad biológica y recogen más sedimento de su entorno. En los últimos tiempos, algunos tienen periodos más largos sin oxígeno en las zonas más profundas e, incluso, las comunidades de algas han cambiado. El aumento del aporte de sedimentos en las últimas décadas podría estar relacionado con los cambios en la estacionalidad de las precipitaciones (más lluvia y menos nieve invernal) y el consiguiente mayor potencial erosionador de la escorrentía. El aumento de la acumulación de materia orgánica y los cambios en las asociaciones de algas se debería a la mayor productividad de los lagos, causada por el aumento de las temperaturas y el incremento de los aportes de nutrientes que llegan por el aire, como polvo sahariano, contaminación desde los valles o por impactos de las nuevas actividades (turismo, esquí, baño, etc.) en el entorno de los lagos.
Pueden parecer pequeños cambios, sobre todo porque nuestros ojos no son capaces de identificar esas diferencias para las que hace falta la mirada de la ciencia. Pero estas tendencias recientes demuestran que el rápido aumento del impacto humano a escala global y local y el calentamiento global han afectado no solo a la dinámica ecológica de los lagos alpinos, sino también al ciclo hidrológico de las cuencas de montaña. Los cambios desencadenados por el impacto del cambio global en los ibones van a continuar en las próximas décadas porque hemos alterado procesos globales cuyo control va a precisar compromisos personales y acuerdos gubernamentales para cambiar nuestra economía y nuestra relación con la naturaleza.
A escala local, nos encaminamos a un Pirineo sin nieve ni hielo permanente, con una criosfera menguante, con unos ibones menos controlados por el frío invernal y la cubierta de hielo. Tendremos que adaptarnos a estos nuevos Pirineos. A escala planetaria, la crisis climática y medioambiental es el mayor reto de nuestro siglo, con consecuencias en todos los ámbitos de nuestras sociedades.
Este verano, si tienes la suerte de ‘ibonear’, disfruta de este patrimonio natural único que tenemos tan cercano, mientras te refrescas de los calores extremos en los valles y en las ciudades. Pero deja que te interpelen sobre tu propia naturaleza, sobre el impacto local y global de tus acciones y de las de nuestros gobiernos y Administraciones. Su mirada profunda te pide que actúes por el Planeta. Por tu propia naturaleza.
Blas Valero Garcés es investigador del Instituto Pirenaico de Ecología–Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Exdirector del IPE.